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Desde el momento de la concepción nos vamos adaptando a nuestro entorno. El feto se va desarrollando en un espacio reducido, manteniendo en ocasiones una misma posición de forma prolongada, con una flexión importante de una pierna, o una inclinación de la cabeza, por ejemplo.
Por otro lado, durante el parto son múltiples los factores que pueden alterar la armonía del organismo; fórceps, ventosa, golpes en la cabeza al salir con el pubis, tracción fuerte de un brazo provocando un estiramiento del plexo braquial… Todo esto puede condicionar el crecimiento adecuado del cuerpo, pudiendo provocar una tortícolis congénita, una plagiocefalia u otras deformaciones craneales, un fallo en el control motor, deformaciones de pies, etc.
Por ello son primordiales las revisiones al nacer, permiten una detección rápida de las zonas con restricciones, evitando así la aparición de secuelas posteriores y favoreciendo un crecimiento óptimo.
Los síntomas más frecuentes que llegan a la consulta son:
Los bebés son bastante maleables, siendo los tratamientos mucho más rápidos y efectivos que en el adulto. Este es el motivo principal por el que se aconseja ser precoz, para así aprovechar el magnífico potencial de curación con el que nacemos y que va disminuyendo con el tiempo. Esto permite evitar secuelas, consiguiendo así un buen desarrollo del organismo, tanto de su estructura como de sus funciones.